Una de mis (tantas) vocaciones frustradas es la ilustración. Einstein decía “si no puedo dibujarlo, no lo entiendo” y eso me ocurre a mí. Siempre me ha gustado dibujar porque representar las cosas en un papel me ayuda a visualizarlas y encajarlas mejor mentalmente. Soy de las que dibuja en los márgenes cuando habla por teléfono, cuando espera o cuando las reuniones se alargan más de lo debido. Lo hice siempre en libretas o servilletas hasta que un cumpleaños llegó a mi vida una Wacom que se ha convertido en un gadget imprescindible.
Como siempre ocurre con las novedades, estuve una temporada que no podía parar de utilizarla. Todos los días dejaba un hueco para representar en dibujos lo que había aprendido o me había pasado ese día. La fiebre me duró poco porque pronto “dejé de tener tiempo” para dedicarme estos espacios, al igual que me había ocurrido antes con el óleo, el acrílico o el carboncillo.
¿A qué viene esta confesión? Justamente hoy he empezado a esbozar los propósitos para el año nuevo, un clásico de estas fechas, y el primero que me ha venido a la mente ha sido éste: dibujar más. Dibujar sin miedo al resultado, como cuando era niña, para entender lo que ocurre alrededor y regalarme un tiempo sólo para mí.
Esta charla del ilustrador Puño es muy inspiradora porque nos anima a romper con esa falsa creencia tan extendida de que si no eres capaz de dibujar como Velázquez o Dalí (por poner dos ejemplos) no sabes dibujar. En ella comenta que en casi todas las entrevistas le hacen la misma pregunta: “¿cuándo comenzaste a dibujar?”, la cual él siempre responde con otra: “¿cuándo dejasteis vosotros de dibujar?”. Yo este año he dibujado muy poco, pero pienso ponerme manos a la obra y remediarlo los próximos 365 días 🙂
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