Bonito vídeo de una madre y una hija que crochetean juntas.
Uno de los recuerdos que mejor conservo de mi abuela, la madre de mi madre, es el de verla sentada haciendo ganchillo. Con sus ojos hundidos mirando fijamente la labor, su moño bajo y sus dedos afilados moviéndose hábilmente. Me parecía increíble que pudiera compatibilizar esa tarea con otras, aunque es cierto que el hecho de no ser muy habladora le ayudaba a no perder la cuenta de los puntos. Mi madre siempre ha estado ligada a su antigua Refrey. Los pocos ratos libres que podía dedicarle a una de sus pasiones, la costura, los pasaba haciéndonos vestidos, recogiéndole los bajos a mi padre o rematando todas aquellas cosas que acostumbramos a acumular en la mesa de la máquina para que en un rato les eche un ojo. Oír el tracatá del pedal y ver la cuerda de cuero de la máquina de coser moviéndose atropellada siempre ha sido un buen termómetro para conocer su estado de ánimo.
En un alarde de modernización, apostó por comprar una máquina eléctrica de las que vienen dentro de un mueble. Quizás pensó que tendría más uso, al ser más intuitiva y estar llena de botones. Pero allí sigue, casi intacta, diría que hasta con algunas funciones sin usar y algún plástico a medio quitar. El intento porque las tres hijas nos familiarizáramos con la confección podríamos decir que no tuvo demasiado efecto. A pesar de eso, siempre hemos tenido el gusanillo y hemos hecho nuestros pinitos. Las revistas de Burda y Patrones de los años 90 dan buena fe de ello. Siempre hemos comprado tal o cual tela para hacernos tal o cual cosa, hemos fantaseado con hacer diseños escalables o apostado por prendas que llevan impreso el cariño del diseño a mano. En mi caso, con mi primer sueldo me compré una máquina de coser a la que algún día prometo darle el uso que merece.
A veces creo que lo más bonito de esta moda por la vuelta a lo amateur es precisamente que sirve para que, más allá del discurso ideológico, ecológico o social que está presente, nos reconciliemos con el saber hacer de muchas madres y abuelas. En mi caso, hay muchísimos cursos y talleres que me encantaría realizar, pero cuando regreso a mi casa sé que la mejor maestra está muy cerca y es mi madre. Puede que no tenga la paciencia que mi ritmo lento demanda, pero últimamente pienso mucho en retomar la recurrente idea de volver a casa a aprender, como el que hace una residencia artística en un gran centro de arte. La pericia de mi madre con las labores y la inventiva sinfín de mi padre seguro que me están esperando.
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