La Casa Azul, el universo sagrado de Frida Kahlo

 

Un día como hoy, 13 de julio de 1954, a los 47 años de edad, moría en su ciudad natal (Coyoacán, México) Frida Kahlo, la artista, la poeta, el símbolo, una de las mujeres que más admiro 💛

Había organizado el día para sacar un ratito para el blog y, destino mediante, me he topado con esta efeméride. Así que en homenaje a Frida dedicaré estas líneas a visitar el lugar en el que sufrió, amó, dibujó, escribió: la Casa Azul. Era el espacio al que siempre regresaba, no obstante, sus paredes fueron testigos de su nacimiento y muerte, ¿acaso hay algo más íntimo que el momento de venir y abandonar el mundo? Ubicada en la calle de Londres 247, en uno de los barrios más bellos y antiguos de la Ciudad de México, la Casa Azul fue convertida en museo en 1958, cuatro años después de la muerte de la pintora. Dicen quienes han tenido el privilegio de visitarla (ojalá pudiera pisar sus suelos algún día) que a pesar de ser un espacio turístico, aún conserva un aura especial que hace pensar que en La Casa Azul no solamente se quedaron sus objetos, sino la esencia de la artista. 

 

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En La Casa Azul el hogar se vertebra en torno al patio. En él, Frida conservaba una vegetación muy rica, principalmente de árboles frutales, la cual tiene una gran presencia en sus cuadros. La naturaleza como icono de lo efímero de la vida. De hecho, una de sus frases más icónicas es “Pinto flores para que así no mueran”. Diego Rivera amaba el arte prehispánico y muestra de esta querencia es la decoración de los jardines donde se pueden encontrar piezas del arte popular realmente valiosas. 

 

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Los colores no sólo están presentes en sus obras, también en su casa. La cocina es bellísima, típica construcción mexicana en la que cuelgan ollas de barro y cazuelas de sus paredes. Tanto Diego como Frida disfrutaban abriendo las puertas de su casa para agasajar a sus invitados con platos de la cocina mexicana y popular. Personalmente, me encanta el detalle de sus nombres escritos con caracolas del mar. 

 

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El estudio de Frida se mantiene tal y como ella lo dejó. Conserva sus pinceles, los pigmentos con los que aportaba colorido a sus cuadros, su caballete y su silla de ruedas. Este anexo de la casa se construyó años después por petición expresa de Diego Rivera, quien quería que su mujer disfrutara de un taller que exprimiera al máximo la luz. Los materiales utilizados fueron los propios de esta zona del país mexicano: piedra volcánica y basalto. Para la decoración, una vez más optaron por llenar las paredes de caracolas y por utilizar objetos de su amplia colección de arte popular mexicano. André Breton, Tina Modotti, Edward Weston, León Trotsky, Juan O´Gorman, Carlos Pellicer, José Clemente Orozco, Isamu Noguchi, Nickolas Muray o Sergei Eisenstein fueron algunas de las personas que pudieron visitar a Frida en su taller mientras ella expresaba en los lienzos sus vivencias y sentimientos. 

 

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Si hay un lugar realmente especial en La Casa Azul es su habitación. Creo que lo primero que supe de Frida siendo bien pequeña fue que, tras el grave accidente que sufrió en un autobús, su madre le puso un espejo en el techo de su cama para que pudiera verse y retratarse en los más de nueve meses que estuvo postrada. ¡Debió sufrir tanto en este espacio en el que pasó horas dibujando, tratando de recuperarse de las más de 35 operaciones! Me parece increíble que en unos pocos metros convivan objetos del dolor -como sus corsés y muletas-, con otros como sus batines, tocados de flores, gafas de sol o lacas de uñas, que muestran su coquetería. 

Creo que nunca me cansaría de ver con detalle cada una de las fotos, postales, bocetos, cuadros o ropas que pertenecen a Kahlo. Hay algo que la envuelve que me parece mágico, aunque no sepa muy bien qué es.

 

Fuente de las fotografías: Belén Imaz | Revista AD

 

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